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08-05-2019 |
Brasil : Cayó la inversión pública y la productividad, y el país se ubica entre las peores economías emergentes.
Juan Luis Berterretche
El nuevo gobierno brasileño está sumergido en una combinación nefasta de ficciones que intentan negar la clara realidad de retroceso y decadencia de un país que ya hace bastante tiempo pasó por mejores situaciones. En Brasil las instituciones que dirigen las oficinas públicas registran a la vista sus nombres y en ocasiones agregan un ‘lema' que definiría la función central de la institución. El Banco Central de Brasil hace algún tiempo acompaña su nombre con una frase que lo identificaría: “Brasil país rico sin pobres”.
Con ese lema fraudulento podría medirse el grado de quimeras auto engañadoras gubernamentales
El Fondo Monetario Internacional (FMI) divulgó el 10 de Abril de 2019, los datos económicos y las proyecciones hasta 2024 para todos los países y regiones. Comencemos por asegurar que las perspectivas del FMI nunca se trataron de datos absolutamente confiables.
Igualmente las perspectivas del FMI para Brasil no son nada estimulantes e indican que el mayor país de América Latina se está achicando y quedando más pobre.
El FMI redujo las proyecciones de crecimiento de la economía brasilera para el periodo 2019-2022 en relación a lo que ellos previeron erradamente en abril de 2018, (intentando darle una ayuda electoral al candidato Bolsonaro). El escenario es desalentador, pues la economía “ verde-amarela”, continua arrastrándose si la comparamos con la media mundial y especialmente en relación con los países conocidos como “emergentes”.
Según los nuevos cálculos Brasil debe quedar por primera vez en la historia por lo menos 14 años con desempeño menor del ritmo medio de la economía mundial (entre 2011 y 2024) y mucho más abajo de la media de los países emergentes. Esto nunca había acontecido anteriormente y parece que será la normalidad en un proceso de retroceso y envejecimiento precoz de la economía nacional.
Considerando algunos periodos más largos también con datos del FMI (abril de 2019) resalta que el ritmo de crecimiento económico de los países emergentes aumento de 4,5% al año en el periodo 1980-2010, para 4,7% en un periodo más amplio de 1980-2024 y llegó a 4,9% cuando se considera solamente los 14 años entre 2011-2024.
La media mundial mantuvo el ritmo de 3,6% al año en los tres períodos. Mientras Brasil presentó una queda regresiva, pues tuvo una media de crecimiento de 2,8% entre 1980-2010, de 2,3% entre 1980-2024 y solamente 1,0% en los 14 años, entre 2011 y 2024.
Con el bajo crecimiento económico, hubo una casi paralización de la renta per cápita nacional. La renta per cápita de la población brasileña era de US$ 11,4 mil en 1980 y cayó para US$ 10,4 mil en 1992. Hubo una recuperación en los años siguientes y la renta llegó a US$ 11,7 mil en 2002 poco mayor que la de 1980. En la primera década del siglo XXI la renta per cápita dio el mayor salto del periodo y fue para 15,1 mil en 2011 alcanzando el pico histórico en 2013 con US$ 15,6 mil. Pero la renta per cápita empezó a caer después de la recesión de 2014 y llegó al nivel más bajo en 2016, con US$ 14,3 mil. En los años siguientes la renta tuvo una leve recuperación pero solo llegaría al nivel de 2011 en 2022 (con 15,3mil) y alcanzaría el nivel de 2013, si las proyecciones fantasiosas del FMI se cumplieran, en 2024 (con 15,8mil.)
Recordemos que en los 40 años entre 1940 y 1980 la renta per cápita brasileña creció más de 4 veces pero en los 44 años entre 1980 y 2024 debe crecer apenas 1,4 veces. O sea Brasil tuvo una década perdida en los años de 1980 y una segunda década perdida en los años 2010.
La renta per cápita brasileña está prácticamente estancada. El país está quedando para atrás en relación a la media mundial y principalmente a la media de las economías emergentes.
Y tomemos en cuenta que las proyecciones anuales del FMI para 2019 a 2024 –poco encima de 2% al ano pueden ser parte de alguna de las fantasías políticas del Fondo Y el resultado real todavía puede ser bastante peor.
La burrada de la “Austeridad”
La política capitalista de Austeridad tiene en el centro del razonamiento la mentira de que no existen suficientes recursos para mejorar la situación de los pobres. Para sus argumentadores políticos un salario mínimo decente no entraría en la economía, en los Presupuestos Nacionales o en la Constitución. Hagamos un cálculo simple: Brasil produce 6,3 trillones de reales de bienes y servicios según el PBI. Eso dividido por 208 millones de habitantes nos da un per cápita de 30 mil reales al ano, o sea 10 mil reales por mes por familia de 4 personas. Estas cifras están lejos de las ambiciones de consumo de la clase media brasileña, pero aseguraría para el común de los mortales una vida digna y confortable.
Cuando Dilma intenta entre 2012 y 2013 reducir las tasas de interés que sostenían ficticiamente el valor del Real comienza una guerra política contra el “petismo” La Burrada alcanza su ápice cuando se cortan las políticas sociales con la “Ley de Techo de Gastos” a la vez que se mantienen las altas tasas de interés que ahogaban la economía. Los bancos y los rentistas agradecieron. Recordemos que los intereses de la Deuda Pública alcanzan 320 billones de reales para “alimentar a los rentistas. Lo que generó el déficit no fueron las políticas económicas y sociales del “petismo” sino los intereses sobre la deuda pública y la deuda privada de la llamada “Financierización”.
La tasa Selic que rige el Real fue y continua siendo un inmenso presente para los banqueros y especuladores. Apropiación privada legalizada de recursos públicos.
En 2018 Brasil tenía 64 millones de adultos endeudados que no están en condiciones de pagar sus deudas. Y el endeudamiento no ha disminuido.
En cuanto más traban la economía, más explican que el “sacrificio” aún es “insuficiente”. La verdad es que el lucro sobre aplicaciones financieras en que está basada la economía actual del país –los llamados ‘dividendos'- garantizan retornos para quien no produce nada. Las familias, las empresas y el Estado están ahogados en el sistema financiero y este sistema es el que provoca la recesión económica y el caos político en que vive Brasil.
Los deudores financieros en Brasil pagan un trillón de reales anualmente. Como el PBI de Brasil es de 6,3 trillones, estamos hablando de 16% del PBI. Y ese saqueo se debe a las tasas de interés practicadas actualmente. En febrero de 2018 las tasas bancarias para personas físicas estaban en la faja de 137% al año. En Francia, por ejemplo, son inferiores al 5%. De esta forma el sistema financiero saqueó la capacidad de compra de las familias y la capacidad de inversión de las empresas.
El dinero de nuestros depósitos y el flujo de intereses que los bancos extorsionan a los inversionistas en gran parte son aplicados en títulos de Deuda Pública. El Gobierno pagó a los bancos y a los ricos que invierten en la Deuda Pública, 341 billones de reales en 2017. Cerca del 6% del PBI. Para el gobierno pagar esos 341 billones - apenas intereses sin reducir la deuda - el Gobierno precisa no invertir un peso en políticas sociales e infraestructura y volcar todo ese dinero en los bolsillos de los especuladores financieros.
Todo esto es agravado por el Sistema Tributario. En Brasil los ricos pagan proporcionalmente menos impuestos que los pobres y desde 1995 los lucros y “dividendos” distribuidos están liberados de impuestos. A esto debemos agregar la utilización de Paraísos Fiscales. En ellos Brasil esconde 520 billones de dólares (datos de Economist 2012).
El proceso de achicamiento y encogimiento de la economía brasileña ya tiene cerca de cuatro décadas. Lo que difiere un gobierno de otro es el ritmo en que hunden el país. La supuesta “democracia brasileña” cada vez es menos real y la sociedad civil está cada vez más debilitada y brutalizada, ahora con Bolsonaro -demagogo político de bajísimo nivel cultural y su mafia de ladrones del equipo gubernamental.
Y se aleja cada vez más del objetivo de desarrollo sustentable, equilibrando los intereses económicos sociales y ambientales, lo que aseguraría el consumo colectivo de servicios como salud, educación, cultura, seguridad, infraestructuras de energía y transporte popular.
Pero aún se acumulan peores disposiciones gubernamentales: en 1997 el gobierno aprobó una ley autorizando a las personas jurídicas a financiar campañas electorales. Los ruralistas, los bancos, la gran publicidad, es decir cada grupo de grandes corporaciones pasó a tener su bancada.
El congreso electo de esta manera está mayoritariamente compuesto por una banda de especuladores y delincuentes que solo vota medidas que los favorecen. En 1999 anul ó un artículo que imponía el límite de los intereses en un 12% al año más inflación. De esta forma se liquidó cualquier regulación financiera.
En el ministerio de justicia Bolsonaro nombró a un empleaducho de USA -Sergio Moro- que procesó sin pruebas y condenó a Lula a una decena de años de prisión, para evitar que fuera candidato del PT.
En pleno final de 2018 después de justificar la pérdida de derechos de la población con el pretexto del desequilibrio de las cuentas públicas, el Supremo Tribunal Federal obtuvo del congreso agradecido un aumento de sus impresionantes salarios. Es el proceso del judiciario desmoralizando la justicia. Los costos para el país serán inmensos y mucho más que financieros.
En particular la truculencia de grupos y clases sociales que se tornaron más fuertes en estos años constituye una permanencia en la historia de Brasil, con el ejercicio sistemático y recurrente de formas extremas de discriminación y violencia. Cualquier pretexto es suficiente: sea el color de la piel –la ONU afirma que en Brasil el racismo es institucional en grado de genocidio- el género o la opción sexual, la religión o la diferencia de renta y frecuentemente hasta la edad.
Visiones estratégicas existen y son razonablemente obvias: el rescate de la dimensión pública del Estado, la tasación sobre los capitales improductivos que hasta ahora dirigen la economía, la reforma sobre el sistema tributario aberrante, la obligación de transparencia de los flujos financieros, una renta básica de ciudadanía, la reducción de la jornada de trabajo a medida que avanza la productividad.
Esto nos está planteando la dimensión esencialmente política de los desafíos y la centralidad de la cuestión del poder. Pero la bestificación actual de la población bajo la conducción de un charlatán ignorante y una cuadrilla de políticos corruptos, por el momento, coloca lejos una tomada de conciencia que impulse una movilización desde abajo.
Por eso en la actualidad no se ve ninguna luz al final del túnel.
Y continuara así Brasil amenazado en múltiples frentes bajo el dominio del Capital Financierizado.
Referencias
Jose Eustaquio Diniz Alves , Columnista del portal EcoDebate Doctor en Demografía y profesor titular y doctorado en Población. Territorio y Estadísticas Públicas de la Escuela Nacional de Ciencias Estadisticas. ENCE IBGE
“Cae la Inversion Publica y la Productividad en el Brasil submergente. EcoDebate 15 de Abril de 2019
Ladislau Dowbor Outras Palavras : há saída no labirinto capitalista? 13/12/2018
Ladislau Dowbor La Era Del Capital Improductivo Outras Palavras Editora Autonomia Literaria. 3ra. Impresion
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